lunes, 6 de febrero de 2017

¡No diga AMÉN a todo! Aprenda cómo usar la palabra ‘amén’ correctamente.





Me encanta decir amén. Es una palabra estupendísima.

Como recién convertido, vi cómo los hermanos de mi congregación decían “amén” cuando el pastor hizo hincapié en alguna afirmación concreta de la predicación.


Después de unos cuantos meses, me encontré haciendo exactamente lo mismo que ellos:
  • El pastor: “¡Jesús es el Señor!”
  • Nosotros: “¡Amén!”
  • El pastor: “¡El Señor nos ha salvado por su infinita gracia!”
  • Nosotros: “¡Amén!”
  • El pastor: “¡Gloria a Dios en las alturas!”
  • Nosotros: “¡Amén!”

Decía amén cada dos por tres. ¡Lo estaba pasando bomba!

No obstante, cuando fui a escuchar a Gloria Copeland (la esposa de Kenneth Copeland) predicar en Belfast en abril 2005, me fue imposible decir amén. Nos soltó siete u ocho reglas del libro de Deuteronomio sobre cómo hacernos ricos.

A pesar de que yo fuera un creyente joven todavía, sabía que algo andaba mal. No podía decir amén a nada aunque muchos a mi alrededor decían amén a casi todo lo que Gloria nos decía.


Gloria Copeland nos enseñó sobre cómo hacernos ricos a partir de Deuteronomio. ¡No podía decir amen a eso!




Poco a poco iba aprendiendo que no se puede decir amén a todo.

Ahora bien, ¿qué significa la palabra amén? El catecismo de Heidelberg contesta diciendo que: “Amén quiere decir: esto es verdadero y cierto”. Es decir, si digo amén a alguna afirmación, significa que estoy aseverando que aquella aserción es verdadera y cierta. Por lo tanto, si algo no es verdadero ni cierto no puedo responder diciendo amén.

Otra cosa que he aprendido sobre el amén es que en muchos círculos se ha convertido en una tradición evangélica más, un poco como el llamado al altar después del sermón. Me di cuenta de ello cuando empecé a predicar. Aquí tenéis dos ejemplos muy vívidos:


  • En un determinado culto, estaba explicando en algún punto del mensaje de qué se trata el panteísmo. Mientras decía algo como “los árboles son Dios, las rocas son Dios, todo es Dios” un hombre gritó “¡Amén!” Y tuve que parar el mensaje para explicarle que no podemos decir amén a semejantes afirmaciones ya que son falsas. Dios no es un árbol. Dios no es una roca. Hay una distinción cualitativa entre el Creador y lo creado.
  • En otra reunión pregunté a la iglesia algo como, “¿Qué es un gentil?” y algunos contestaron diciendo amén. Pero les dije, “Hermanos, os he hecho una pregunta. No he afirmado nada. ¿Por qué decís amén?”



En ambos casos, he visto que usamos el amén muy a la ligera sin realmente procesar bien lo que se está diciendo desde el púlpito. No tengo nada en contra de decir amén. Pero si abusamos del amén se convierte en otra “vana repetición” más, que caracteriza la “palabrería” de los que no conocen a Dios (Mateo 6:7).

Pese a los abusos del amén, sigo creyendo en la utilidad de la palabra. Se me ocurren tres razones por las que el uso de la palabra en nuestro entorno evangélico es provechoso:

1.- Nos ayuda a interactuar con la prédica
La predicación no es un monólogo. Hay interacción en la predicación. Al decir amén nos convertimos en participantes activos del mensaje. Demuestra que estamos usando la mente, analizando todo lo que el pastor nos va diciendo.

Tristemente se ha perdido el arte de escuchar una predicación en nuestros días. En vez de seguir la línea de razonamiento del predicador, muchos están simplemente esperando a que levante la voz o que dé alguna ilustración impresionante o qué cuente un chiste o un testimonio antes de decir amén.

Pero allí los predicadores somos culpables también. ¿Acaso no es verdad que tendemos a predicador mensajes así en nuestros días? Nuestro estilo de predicación no fomenta amor por la Palabra sino por el sensacionalismo.



2.- Anima al predicador
Decir amén es una bendición para el pastor también. Cuando ve que el pueblo va asimilando la enseñanza, le entra gozo en el corazón. Al fin y al cabo, no subimos al púlpito con el fin de rellenar un hueco.

Predicamos porque creemos que la doctrina importa. Estamos persuadidos de que el bienestar de la iglesia depende de la Palabra expuesta. Consiguientemente, cuando vemos cómo los hermanos de la congregación reciben el mensaje, nos da mucha alegría.

3.- Nos ayuda a discernir los espíritus
El uso del amén nos ayuda a “probar los espíritus si son de Dios” (1 Juan 4:1). Hay falsos maestros por todos lados. Cuando viene un predicador desde afuera, hay que asegurarnos de que predica conforme a las Escrituras.

No podemos aceptar la autoridad espiritual de una determinada persona por el mero hecho de haberlo visto en algún poster en las redes sociales. Necesita hablar conforme a las Escrituras. A pesar de que Gloria Copeland sea multimillonaria y conocida en todo el mundo anglosajón, no quiere decir que hable conforme a la Palabra de Dios.



Conclusión
Con todo, hermanos, os animo a usar el amén de forma sensata y madura. No digáis amén porque el pastor haya levantado la voz. Decid amén porque está hablando según la bendita, inspirada, infalible, inerrante Palabra de Dios.

¿Amén?

Autor: Will Graham
Fuente: Protestante Digital


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